domingo, septiembre 09, 2007

"Literatura Femenina"

por Marcela Vera O.


"No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios,
Y diversa de mí misma
entre vuestras plumas ando
No como soy, sino como
Quisisteis imaginarlo."


Juana Inés de la Cruz
(1651-1695)


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Las escritoras

La literatura, a lo largo de la historia ha sido tratada y juzgada desde una posición canónica, fundamentalmente masculina, que ha tendido a omitir, ignorar e incluso descalificar la obra literaria de autoría femenina. Los creadores del “arte” pertenecen a la “cultura”, no a la periferia, es decir el “arte” supuestamente no es creado por sujetos que históricameante han sido situados en el ámbito de “lo natural”. Por ejemplo, el trabajo manual artístico efectuado por mujeres y personas pertenecientes a los pueblos originarios, ha sido considerado como artesanía, pero no como arte. El “arte culinario” se considera como tal cuando es efectuado por algún varón chef de cuisine, pero no por cualquier jefa de hogar. Así mismo, la literatura escrita por mujeres también ha tendido a ser categorizada dentro de su propio género.


Sylvia Molloy argumenta una estrategia usada por muchas escritoras latinoamericanas del siglo veinte, en la búsqueda de la aceptación (o de la aceptabilidad) por una comunidad literaria predominantemente masculina (Molloy, 1991). Ella nos habla de cómo se ha construido socialmente a la escritora latinoamericana, y sobre las estrategias usadas por las escritoras latinoamericanas dentro de un ámbito literario dominado por hombres. Citando un proceso llamado por Joanna Russ “negación por categorización falsa” (1983), Molloy señala una tendencia de los críticos latinoamericanos a identificar a las escritoras a través de la dramatización de sus características personales, lo que ha sido el origen de la creación de mitos. Según sus estudios, muchas escritoras latinoamericanas han asimilado las imágenes construidas en torno a ellas creando una “máscara” de su identidad, con el fin de ser aceptadas por la comunidad literaria masculina dominante.

Dos de estos mitos se pueden ver claramente en las imágenes de Delmira Agustini y Gabriela Mistral. Agustini como la virgen llena de deseo, y Mistral como la madre espiritual (dos categorizaciones dentro del ámbito de lo “natural”). Según Molloy, mientras que estos epítetos fueron pensados probablemente por la comunidad masculina dominante para distraer al lector del texto y para fijar la atención en la imágen, la mujer escritora se apropió de estas “máscaras” para crear, subconsciente o no, un personaje con el cual ella podía ganar acceso y aceptación por los círculos sociales y creativos dominantes de su tiempo, es decir las utilizó como estrategia. Lo interesante es la discrepancia entre las máscaras y la poesía de éstas dos escritoras. Por ejemplo, la Agustini “virginal” escribió versos eróticos, abiertamente sensuales, mientras que la Mistral “ejemplar” escribió entre otras cosas, lo que recientemente se ha interpretado como expresiones de su lesbianismo en secreto.
















Gabriela Mistral y el estado-nación

Se ha creado la imagen de Gabriela Mistral como poeta que principalmente escribió poemas para niños, sin embargo su obra se compóne de muchísimos otros temas que nada tienen que ver con la infancia, así como su estilo de vida y pensamiento intelectual en la realidad no tenían nada que ver con la maternidad y el rol de ´mujer´ que se le atribuyó. Licia Fiol-Matta estudió la relación entre nación, género, etnicidad, sexualidad, y maternidad en la creación de las identidades, y el rol del estado en la formación de la identidad de Gabriela Mistral. Ella señala que en la imágen creada por el estado, Mistral cristaliza la profesora como una madre, una madre “rara”, singular (queer), sin marido y sin hijos, pero que en vez de marido se ha “casado” con la nación, y en vez de hijos tiene todos los niños de la nación a quien dedicarse.

De esa manera, Mistral condensa la relación del estado con la imágen madre-hijo, y es aceptada a pesar de su condición queer. Esa posición le dio a Mistral la oportunidad de tener un discurso subversivo. Ese discurso, dice Molloy, se puede hallar una vez reveladas y retiradas las máscaras usadas por ella: la máscara de género (la madre espiritual con un énfasis en la santidad y la reproducción femenina), la máscara de la sexualidad (el “sacrificio” de no casarse y no tener hijos para adoptar a todos los niños de America), y la máscara de la nación (el elogio a la maternidad, para crear un “buen” sujeto femenino).

La nación siempre ha sido asociada a figuras básicamente femeninas, todo el discurso de identidad nacional está elaborado con vínculos con los que nos asociamos, como la imagen de la ´madre´. La nación es una comunidad imaginaria que sólo puede concluir en el ámbito letrado, en el ámbito del estado. Estado-nación es un concepto moderno, y la idea de un histórico común, de una cultura en común y de símbolos patrios en común, es fundamental. El estado también tiene género, raza y sexo, y la formación de la sociedad chilena está fuertemente vinculada a la sexualidad.

A principios del siglo XX, además del control racial y económico existía el control de la sexualidad por la disponibilidad de la mano de obra, y durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938 y 1941) los roles de las mujeres y de los hombres fueron fomentados por las políticas públicas. Para la creación del estado-nación se requieren estereotipos que construyan la nación a través de la palabra y ejerzan la implantación de símbolos patrios. Gabriela Mistral fue transformada en uno de esos símbolos porque obedecía a las manifestaciones necesarias de una escuela y un sector que podía contribuir a establecer el discurso patriarcal y nacionalista de los que conducían la “Cultura”.

La imágen de Gabriela Mistral fue creada durante una época en la que la restricción de las mujeres al ámbito educacional superior, había pasado a ser un reclamo más del movimiento feminista, el derecho al ejercicio del sufragio universal se convirtió en la lucha por el derecho a la educación. La falta de educación era un argumento más para que los hombres negaran el derecho de las mujeres a participar en la política, y las mujeres adoptaron su discurso al de los hombres y a la categorización que se ha hecho de las mujeres, con demandas que corresponden a esa categoría. Es así como sus primeros logros con respecto al derecho a la educación y al ámbito fuera del hogar, al principio se limitó al ejercicio de la profesión de enfermera y profesora, ambas vistas en la época como una prolongación del rol de madre. Gabriela Mistral abogó por los derechos de las mujeres, pero eso es lo menos de lo que se habla.

La Academia Sueca también contribuyó a la imagen de Gabriela Mistral como la ´madre´, cuando le concedió el premio Nobel de literatura en 1945. El discurso pronunciado por Hjalmar Gullberg de la Academia Sueca, estableció firmemente el mito de Mistral: “reina espiritual de toda America Latina”, “poetisa de la maternidad”, “gran cantante de la compasión y la maternidad”. Al mismo tiempo la empujó a asegurar su aceptación por la comunidad literaria masculina: “pequeña profesora provincial”, “joven colega”. De esta manera, promocionaron y diseminaron efectivamente por el mundo la leyenda de Mistral, la Reina Espiritual de la Maternidad, mientras que simultáneamente, socavaron su mérito manejando los elogios en el lenguaje condescendente del patriarcado. Ésta fue la misma leyenda con la que se la daría a conocer a los lectores en los años posteriores.


Imágen y representación

En ésa época, después de La Segunda Guerra Mundial, se había vuelto a los arquetipos tradicionales en el marco del nacionalismo, a través de la propaganda. Es decir a la imagen de la mujer que, después de ser un engendro diabólico, pasó a ser sacrilizada, idealizada como Madre, destinada sólo al eterno imaginario y etiquetada en los discursos como el bello sexo o el hada del hogar. Las presiones económicas y culturales remodelaron la noción de feminidad, y en el mundo capitalista de occidente la imagen era la de la mujer en el hogar, maternal, individualista y consumidora. Con la aparición del cine se desarrolló la imagen de la mujer como objeto sexual para la mirada masculina. Tambien se crearon "peliculas de mujeres" llenas de imágenes de personajes femeninos pasivos y patéticos, en las cuales la mujer era identificada con su sufrimiento. Durante esta época nacieron las telenovelas y las revistas de vanidad, que mantienen el interés por una belleza superficial, la heterosexualidad y la familia nuclear.

La historiadora Anne Higonnet señala que en esas imágenes se mantiene la tensión de las mujeres entre la negación y la afirmación de sí mismas, poniendo al descubierto las contradicciones que han tenido que vivir. Desde los años ´70, la reflexión de artistas, críticas e historiadoras feministas, se dirigió al problema de la construcción social de la identidad sexual. Las artistas comenzaron a representarse a sí mismas, y a rechazar las imágenes que otros producían de ellas. Lo mismo ocurrió en el ámbito de la literatura.


Literatura y género


Mitchel (en Eagleton, 1996) señala la ambigüedad y vulnerabilidad de la posición de la escritora mujer. Usando la mirada psicoanalítica de Lacan, sostiene que la escritora debe ser a la misma vez “femenina” y renunciar a la feminidad. La escritora, en sus novelas crea un mundo de “mujer”, pero al mismo tiempo rechaza ese mundo por el acto de escribir. Sólo tiene la alternativa de trabajar dentro del orden dominante, a lo que Mitchel llama “lo simbólico”, porque estar fuera de ese orden significa estar loca o muerta. Pero de la misma manera, la escritora debe romper con ese orden, con un nuevo simbolismo. Mary Jacobus señala lo mismo, y dice que la tensión entre Romanticismo (sentimiento, intuición, imaginación) y Razón (racionalización, orden, poder), plasma el dualismo de ser femenina y rechazar la feminidad.

Algunos críticos literarios suelen diferenciar “literatura” de “literatura femenina”, significando ésta última, literatura escrita por mujeres. Luce Irigaray (1995) sostiene que el lenguaje exclúye a las mujeres de la posición activa y sugestiva, en el lenguaje las mujeres no son sujetos de la misma forma que los hombres. Además, sostiene que hombres y mujeres tienen distintos modelos de lenguaje. Julia Kristeva sostiene que la única diferencia entre la literatura femenina y masculina es el tema que desarrolla. Kristeva (en Eagleton, 1996) afirma que no existe algo llamado “escritura femenina”, la escritura no tiene sexo ni género pero su diferencia se desplaza en las discretas mecánicas del lenguaje y las significaciones, que son ideológicas e históricas. A mi entender, la diferencia se basa en las distintas experiencias que viven hombres y mujeres en la sociedad. Como dice la escritora Mercedes Valdivieso, la escritura no pasa por el sexo sino por la representación que el sexo tiene en la sociedad:


"Pienso que la representación de una voz femenina en la literatura, sería la de deconstruir la imagen de la mujer que nos legó una narrativa masculina" (Cuestionario…,1992).

Elaine Showalter, en su libro sobre literatura femenina A Literature of their Own, distingue tres grandes fases dentro de la literatura "femenina" inglesa. La primera fase es la de imitación de las formas establecidas por la tradición dominante; una interiorización de sus normas artísticas y de sus visiones de los roles sociales, y una tímida crítica contra esas visiones. La segunda es la fase de protesta abierta y explícita contra esas normas y valores, y una reivindicación de los derechos y los valores del grupo oprimido. La tercera es la fase de autodescubrimiento, de búsqueda de la propia identidad. Showalter propone tres nombres para designar a las escritoras de estas tres fases: Literatura Femenina (Feminine), Feminista (Feminist), y "de mujeres" (Female), aunque las tres fases se solapan.

Escritoras latinoamericanas


En America Latina se conservó la literatura femenina colonial, ya que se desarrolló en los conventos, los únicos lugares donde las mujeres tenían la posibilidad de estudiar, adquirir libros y tener tiempo para dedicarse a la reflexión y la escritura, en vez de estar atádas a los trabajos demésticos, con hijos y marido. Juana Inés de la Cruz (1651-1695), de la que se dice que fue la primera feminista latinoamericana, en la infancia fue una niña prodigia que pensó en disfrazarse de hombre para poder estudiar en la universidad, pero al final optó por "disfrazarse" de monja y entrar al claustro del convento de San Jerónimo (ciudad de México), donde contaba con una de las mejores bibliotecas del país. Es decir, ella también necesitó de una “máscara” para poder escribir:

...
Y diversa de mí misma
entre vuestras plumas ando
No como soy, sino como
Quisisteis imaginarlo

Juana Inés de la Cruz fue testimonio de cómo la creación de una mujer puede vencer la rudeza y monopolio del sistema patriarcal, pero al mismo tiempo de cómo esa osadía se puede pagar caro, siendo condenada por el Obispo de Puebla, quien junto a otros eclesiásticos la obligaron a deshacerse de sus libros y todas sus pertenencias, y le prohibieron seguir escribiendo. Ella recorrió múltiples formas literarias, escribió versos sacros y profános, amorosos, filosóficos y científicos, además de villancicos, autos sacramentales, y obras de teatro. Aparte de composiciones musicales, hay algunas de sus obras literarias que no son conocidas, habiéndose perdido algunas, y otras siendo encontradas recientemente en los años ´90. En una larga misiva autobiográfica, abogó por los derechos culturales de la mujer, defendió su ansia de conocimiento, y afirmó su derecho a criticar y a impugnar a los teólogos de la iglesia.

Juana de Ibarborou, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Claudia Lars y Cecilia Meirelles, son algunas de las escritoras más sobresalientes de un primer modernismo femenino en la literatura latinoamericana. Se puede decir que en ésta época algunas escritoras escribieron detrás de una “máscara”, como dice Molloy. Su lenguaje suele ser muy figurativo y no directo, no parte desde una perspectiva abierta de la palabra en relación a la verdadera y propia identidad. Es decir como Gabriela Mistral, cuya prosa se construye a partir de estrategias. Sus versos se pueden interpretar de muchas maneras. Más o menos lo mismo que con Juana Inés de la Cruz, quien tal vez no sólo debió vestirse de monja para poder escribir, sino que también disfrazar sus versos de amor y pasión en poemas galantes. Ambas debieron esconder su sexualidad y no pudieron expresar abiertamente sus sentimientos hacia otra mujer. Dice Gabriela Mistral en su poema Una Palabra:

yo tengo una palabra y no la suelto…

Más tarde, la insurgencia política del siglo XX en América Latina abrió las posibilidades para que las mujeres se ubicaran en los escenarios alcanzando ciertos niveles de visibilidad. Las mujeres comenzaron a hablar en la literatura desde la perspectiva de la opresión, en tono de denuncia y protesta. En la actualidad, las escritoras latinoamericanas rompen con el status quo y crean universos en relación a sus propios valores, desde su perspectiva de mujer y de sujeto, formando un nuevo cánon en la literatura. Anteriormente estos universos no habían estado totalmente ausentes de la literatura, pero ahora se dan a conocer en una publicación de textos sumamente abundante.

Las escritoras latinoamericanas han ido integrando temas antes inhibidos, como la sexualidad de la mujer, la denuncia de la opresión patriarcal, la búsqueda de la identidad. Han incorporado la problemática del colonialismo, la tortura política, la violación ecológica. Han legitimado los espacios marginados, como el ámbito doméstico, revalorándolo como símbolo del ser, del poder y del escribir. Se han definido como seres activos fuera del ámbito doméstico y se han rebelado contra los clichés y estereotipos absurdos atribuidos a las mujeres y a lo “femenino”. Han creado una literatura testimonial, y han utilizado un lenguaje propio, a veces con la ayuda del lenguaje de la cultura popular, liberándose del lenguaje académico, teórico y conceptual. Se han autodefinido como sujeto y han contado su historia independientemente de la que les habían inventado los hombres.

A este ámbito de la literatura se suma la escritora Isabel Allende, que además ha tenido un extraordinario éxito internacional. Éste fenómeno pareciera desconcertar a una cierta especie de elite del ámbito literario nacional chileno, que se ha adjudicado el derecho de adueñarse del saber y de las formas de hacer literatura, así como de apropiarse del poder de decidir los cánones con los cuales se juzga y se separa según ellos, la “buena” literatura, de la “mala” literatura. La crítica a Isabel Allende en la prensa nacional es muy distinta a la de la prensa en el extranjero, la cual en general es muy positiva y llena de elogios, colocando a la escritora entre una de las mejores escritoras del último tiempo. En la crítica de los medios en Chile a menudo nisiquiera se reconoce a Isabel Allende como escritora y para referirse a ella se usan variados términos para no tener que utilizar el término ´escritora´. Así mismo se puso resistencia a conferirle el título de poeta a Sor Juana Inés de la Cruz, tratando de mantener a la mujer en su posición imperturbable de musa (confiriendole a Inés de la Cruz el titulo de la "décima musa”). Muchas veces la crítica a Allende no se basa en su obra, si no que más bien en su persona, lo que trae a la mente nuevamente a Molloy, cuando señala que existe una tendencia de los críticos latinoamericanos a identificar a las escritoras a través de la dramatización de sus características personales.

A menudo no se reconoce la obra completa de Allende y se la acúsa de escribir sólo novelas “de aventuras”, como si la “buena literatura” se tratára únicamente de un solo género literario, y sin mencionar por ejemplo que el tan aclamado Francisco Coloane, galardonado con el premio nacional de literatura, se dedicaba únicamente e ése género. Se la compara con los escritores masculinos y a menudo se la acúsa de ser una “copia” de García Márquez, como también de expresarse en un lenguaje “cursi”, superficial y demasiado “femenino”, y también se insinúa una falta de interés en las historias de los personajes femeninos de sus novelas. Como dice Naín Nómez (1998), la escritura de Gabriela Mistral, en Chile tampoco fue aceptada por los críticos de su época, por ser "mala escritura", "oscura", "prosaica", y "nomo-corde". Según los críticos, Mistral escribía mal, manejaba el idioma con dificultad, y su vocabulario era "muy reducido"...



Por causas políticas, la “literatura femenina” no alcanza a tener doscientos años, pero se le obliga a tener la misma experiencia adquirida por los hombres, y a expresar la experiencia de los hombres, o de las mujeres vistas según los hombres. Aún siendo escrita por mujeres, se pretende que tenga una perspectiva masculina, para poder ser aceptáda como literatura “de calidad”. Esta literatura ha sido incomprendida por el código lingüístico imperante y a través de la historia ha debido someterse a una cultura establecida, la cual no asume que la mujer escribe desde su condición sexuada, y que la calidad literaria no tiene sexo, que las expresiones literarias de las experiencias masculinas y femeninas pueden tener la misma calidad literaria; que en el fondo, dentro de la literatura sólo existe “literatura”. La literatura “femenina”, “masculina”, “negra”, indígena”, “inmigrante”, “obrera”, etc., es simplemente, literatura.

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Género, discurso y poder

Para Joan Scott, el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias entre los sexos (diferencias también construidas, según Butler), y comprende cuatro elementos interrelacionados. Un elemento son los símbolos culturales que evócan representaciones múltiples, otro son los mitos de oposiciones binarias. Otro elemento son los conceptos normativos de los significados de los símbolos, que se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales, políticas (afirman categóricamente el significado de hombre y mujer, masculino y femenino). El otro elemento es la economía y la política. Según Scott, el género no se restringe al sistema de parentesco, las bases de la organización social no se centran sólo en la familia, si no que también en el mercado de trabajo, la educación y la política.

Judith Butler afirma que la identidad sexual se construye en el discurso, y el discurso es performativo (performative), las identidades se hacen a través de repeticiones en acciones, señales, lenguaje corporal, y otros medios discursivos. Ella parte de los procesos intrapsíquicos, y afirma que no existen categorías homogéneas como ´hombre´ o ´mujer´. Tanto Butler como Foucault ponen la atención en el rol constituyente del idioma en la construcción de la identidad, y demuestran que el discurso construye la identidad personal. Foucault afirma además, que el discurso es poder, una relación de fuerza que aparece en todos los ámbitos en los cuales nos movemos. Su estructura y contenidos no pueden ser referenciados exclusivamente a la estructura económico-política, las instituciones presentadas como espacios neutros dentro de la sociedad, manejan dimensiones ideológicas y ejercen formas de poder que se proyectan sobre los individuos.

Foucault parte de la base de que existen dos esferas donde se consolidan las prácticas, cada una de ellas tiene sus propios mecanismos de legitimación, actúan como "centros" de poder y elaboran su discurso y su legitimación. Una de dichas esferas está constituida por la ciencia, la otra está conformada por todos los demás elementos que pueden definirse como integrantes de la cultura. Lo ideológico, las diferenciaciones de género, las prácticas discriminatorias, las normas y los criterios de normalidad, están dentro de esta segunda esfera. Cuando un grupo social es capaz de apoderarse de los mecanismos que regulan una manifestación de poder, lo pone a su servicio y elabora una superestructura que se aplica a los potenciales dominados. El ejercicio de poder no es posible sin una economía de los discursos de la “verdad”. Se crea, así, un discurso que lo presenta como un hecho "natural" y procura bloquear las posibilidades de aparición de otros discursos que tengan capacidad cuestionadora. Esa necesidad de contar con un discurso de "respaldo", con una determinada forma de verdad, lleva necesariamente a establecer una relación entre poder y saber. Esta relación es clave, y a partir de ésta se interpreta la labor de la escuela.

Marilyn Strathern, Carol McCormack (1981) y otros antropólogos han demonstrado que en los discursos que están empapados de los opuestos naturaleza/cultura, siempre se relaciona la “naturaleza” o lo “natural”, con lo femenino. La “naturaleza” aparece siempre como en necesidad de subordinarse a la “cultura”, que a su vez se relaciona con lo masculino. A la “naturaleza” pertenece el origen, la periferia, la esfera privada, el cuerpo y los instintos. La “cultura” se asocia con lo moderno, lo que está al centro, la esfera pública, lo racional y el intelecto. La “cultura” se dice ser superior a la naturaleza, ya que ésta puede controlar la naturaleza y darle forma. La política sexual que conserva las diferencias entre naturaleza y cultura, se esconde tras la construcción efectiva de “naturaleza” y de “sexo natural”, que se muestran como la base indiscutible de la “cultura”. Butler sostiene que el establecimiento de éste mecanismo con el cual el sexo se transforma en género, no sólo busca establecer la construcción de uno o más géneros con un estatus inútil y “no-natural”, si no que también busca establecer una opresión cultural universal en términos no-biológicos.

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Fuentes:


Anne Higonnet. 1991. Mujeres, imágenes y representaciones, en Historia de las Mujeres en Occidente. Taurus Ediciones.

Butler, Judith. 2004. Undoing Gender. Routledge

Eagleton, Mary. 1996. Feminist Literary Theory: A Reader. Blackwell Publishing.

Elaine Showalter. 1998. A Literature of their Own. Princeton University Press

Fiol-Matta, Licia. 1995. "'The Schoolteacher of America.' Gender, Sexuality and Nation in Gabriela Mistral." Queer Readings, Hispanic Writings. Eds. Emilie Bergmann and Paul Julian Smith.



Fiol-Matta, Licia. 2002. A queer mother for the nation: The state and Gabriela Mistral. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Foucault, Michael. 1991. Espacios de poder. España: Ediciones La Piqueta.

Irigaray, Luce. 1995. Love to You: Sketch of A Possible Felicity in History. Routledge.

Joan Scott. 1990. El género: una catergoría útil para el análisis histórico. Valencia: Alfons El Magnánim.

Molloy, Sylvia. 1984. "Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini," La sartén por el mango. Ed. de Patricia Elena Gonzez y Eliana Ortega. Puerto Rico: Ediciones Hurac.

McCormack, Carol & Strathern, Marilyn. 1981. Nature, Culture, Gender. New York: Cambridge University Press



Nómez, Naín. 1998. Modernidad, racionalidad e interioridad: la poesía de mujeres a comienzos de siglo en Chile. En Revista Nomadías Nº 3. Santiago de Chile. Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Programa de Género y Cultura en América Latina. Editorial Cuarto Propio.


Bibioteca Virtual Miguel de Cervantes. Sor Juana Inés de la Cruz: http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/sorjuana/







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