Chile, país de amnesia general
ENTREVISTA A CARMEN CASTILLO, creadora del documental "La flaca Alejandra".
" Las mujeres vivimos de por si una especie de exilio de nosotras mismas, somos " lo otro ", sin memoria, sin historia, sin genealogía propia en una cultura hecha por y para otros... ". " Siento que el exilio obliga a las mujeres a dobles o triples procesos y la carga con dobles o triples ausencias ".
por Ximena Bedregal (México)
La escritora y cineasta chilena exilada en Francia, fue militante del MIR. El 5 de octubre de 1974 – por delación de Marcia Merino "la flaca Alejandra", militante que se convirtió en agente de la policía política (DINA) de Pinochet– cae la casa donde vivía clandestina junto a su compañero Miguel Enríquez, máximo dirigente del MIR. Miguel y otros militantes son asesinados, Carmen, embarazada, cae presa y pierde su hijo. Luego es expulsada de Chile.
Es autora de dos libros: Un día de octubre en Santiago y Punto de fuga, así como de varias películas sobre Chile y México. La más conocida es "La flaca Alejandra", donde esta mujer confiesa su participación como delatora e integrante de la DINA. La película fue premiada en 1994 con la FIPA d'or y en 1995 con la Nestor Almendros Award.
– ¿Qué te pasa cuando vas a Chile, cuando ves ese país que ya es otro, cuando ves el desafecto a "los retornados" y las bromas sobre "el exilio dorado" y tu no retorno, cuando te dicen "la francesita" como a mi "la mexicanita", además así, en diminutivo?
– Ya no tengo problema en decir "aquí no puedo vivir", yo que he sobrevivido gracias al trabajo de la memoria, no puedo vivir en un país de la amnesia general. Soy chilena, de esas chilenas de la ruptura que produjo la dictadura. Tengo derecho a pensar y actuar como esa chilena aunque no esté viviendo en Chile.
Afuera puedo seguir trabajando las memorias, las mías y las de ese país y lo hago porque hay otros que me dan la posibilidad de hacerlo con mis documentales. Mientras más hablemos y digamos lo que pasó y lo que pasa ahora, más podremos librarnos de los traumas y construir otra democracia.
Como ciudadana del mundo lo miro todo con mis experiencias de chilena, porque el exilio me llevó a entender el mundo como un territorio que nos concierne a todas/os, me voy sintiendo ciudadana del mundo sin dejar de ser chilena, lo que sucede en el mundo me concierne y tengo el derecho y la necesidad de pensarlo, opinar, intervenir. Esta es una de las líneas de vida que pude sacar del dolor del exilio.
– Las mujeres en la cultura patriarcal vivimos de por si una especie de exilio de nosotras mismas, somos "lo otro", sin memoria, sin historia, sin genealogía propia en una cultura hecha por y para otros. Los viajes son simbólicamente – y prácticamente hasta hace pocas décadas– asunto de hombres que les permite volver con mas autoridad, experiencia, enriquecidos por la aventura. Ellos tienen permiso social para romper y traspasar fronteras mientras la mujer espera en su lugar manteniendo el origen de ellos, el lugar a donde pueden volver.
- Las que salimos exiliadas, castigadas por nuestra propia posición o detrás del marido, conocimos el feminismo afuera, o sea contactamos con los instrumentos para entendernos y para integrar la fragmentación de nuestras existencias cuando ya no podíamos contactar con nuestros orígenes concretos, con muchos de esos fragmentos. En este sentido siento que el exilio obliga a las mujeres a dobles o triples procesos y la carga con dobles o triples ausencias.
– Yo creo que el exilio fue más doloroso para nosotras, un sentimiento de retroceso hasta que nos encontramos con el feminismo.
- Fueron mujeres las que a mi me ayudaron a encontrar una nueva manera de recordar, de vivir y pensar que no la teníamos antes. En ese sentido, su experiencia se ligó a mi historia. En los trabajos que he hecho posteriormente me doy cuenta que las mujeres procesamos dolores muy profundos que los hombres no logran contactar o expresar, por ejemplo durante el documental sobre la flaca Alejandra, me di cuenta que las mujeres encontraban las palabras del dolor para relacionar sus vivencias con su condición de mujer, la experiencia del exilio e incluso como se insertaron antes.
Por algo pongo en mis trabajos a las mujeres, también entrevisto a hombres pero no los pongo por que al editar los veo más abstractos, en mis películas son mujeres las que hacen la reflexión de los campos de concentración, del exilio. Ya en el exilio también veo una gran diferencia de vivir las relaciones.
Esa historia y reflexión nuestra hace falta también en Chile; cuando voy a Chile y presento mis trabajos veo la necesidad de la juventud de conocer esa otra parte de la historia, el cómo éramos, cómo vivíamos, qué sentíamos y allá mis trabajos circulan casi únicamente de mano en mano.
– La forma en que militábamos en los partidos ha sido reflexionada por el feminismo, también el modo específico en que se empleó la violencia de los torturadores hacia las mujeres. Lo que creo que no ha sido suficientemente reflexionado es el exilio de las mujeres como tal.
– La violencia ha sido relatada, sí, pero no se si tanto la militancia. Yo he hablado mucho con mujeres ex combatientes chilenas, argentinas y uruguayas sobre, por ejemplo, nuestra relación con las armas. ¿era un símbolo de poder, una prolongación fálica o había en nuestro modo de tenerlas y usarlas algo particular? El feminismo nos obligó a reflexionar cosas como estas.
– ¿Y cual es la conclusión?
– Yo no quiero idealizar porque la mujer torturadora fue la más cruel, desde el sin poder cuando accede al poder es peor que el hombre, pero también vimos que muchas de nosotras no vivíamos las armas como un símbolo de poder, nos relacionábamos con ellas como con algo indispensable para vivir, las despreciábamos como poder en sí... No eran un juguete para sentirnos poderosas.
– Tu perteneces a una línea paterna de conocidos políticos chilenos y fuiste la compañera del máximo dirigente del MIR, que muere como se entiende un héroe: traicionado, combatiendo contra los esbirros de la dictadura. ¿Qué peso ha tenido esto en tu ser mujer?
– Tuve un rechazo corporal a convertirme en la viuda de un héroe, primero porque mi relación con Miguel fue una historia de amor que nunca determinó mi rol social. Si la muerte no me había aplastado no podía permitir que me aplastara el amor.
A la militancia no me llevo un hombre sino el sentirme viva, por lo tanto mi plenitud para vivir, para combatir la muerte que traía como experiencia, no podía estar en relación a la imagen de un hombre aunque lo amara. Esto lo logré gracias al apoyo y la mirada de otras mujeres que me ayudaron a combatir al aparato, a la institución que te obliga a someterte a un cierto rol; mujeres que me decían "no te instales en algo que no eres tú" y eso fue muy difícil pero cuando dije "no", nadie pudo obligarme a más nada.
– Tu eres fundamentalmente cineasta y has contado cómo tu trabajo te ayudo a procesar los dolores del exilio, pero ¿por qué elegiste el cine, qué tiene el cine que te resultó mejor instrumento de creación y de auto re-creación?
– Primero porque le tengo un respeto paralizante a la escritura. Sólo he logrado escribir y publicar cuando ya no podía más, cuando ponerle palabras a los hechos era algo vital para superar el miedo. Ya te conté como escribí Un día de octubre en Santiago y luego el otro libro, Punto de fuga sale de lo que me produce mi primer retorno a Chile en el 87, la angustia de no reconocer nada, un relato sincero sobre lo que es enfrentar el desfase entre exilio y regreso en sólo 15 días que fue el tiempo del permiso de estadía que me dio la dictadura.
Lo de la Flaca Alejandra, era también un tema obsesivo para mí, por eso empiezo escribiendo, pero de pronto me doy cuenta que quiero filmar, con la escritura ya no podía mostrar lo que necesitaba, requería otros lenguajes. Me lancé con la inconsciencia de quien no sabe, pero a partir de ahí se creó un núcleo de complicidad entre mi creación y el cine.
La escritura requiere de una forma de soledad que no puedo. Es fácil quedarse pegada en el pasado, como una foto fija, y para quienes tenemos que mover el pasado y necesitamos una memoria en movimiento, del devenir –si no, te hundes, te aplastas– hay que poner la foto fija en movimiento para que te ayude a vivir. Hay que ponerle al relato más lenguajes, todos los que hablan dentro tuyo para seguir viviendo, para inventar, para seguir luchando.
– En este sentido ¿qué te pasó cuando hiciste el documental de la flaca Alejandra?
– Llegué a hacer esa película después de un enorme trabajo con la memoria, en el pensamiento y en la emoción. Yo logro llegar con una emoción neutra, tratando que no salgan confusiones de culpabilidades ni perdones, con el objetivo de que el espectador decidiera.
Lo que ambas teníamos en común era la relación con la muerte y yo vengo a escuchar la otra parte de esa relación, vengo a tratar de que hable de su relación con el torturador; yo ya había trabajado mucho la situación de la tortura y sabía que en ese momento podía estar junto a ella sin juzgarla.
Nos juntamos para hacer un trabajo y luego ella siguió su vida y yo la mía. Aunque logré mantener ese estado durante la edición, porque sabía bien lo que quería hacer, en ese período surgieron cosas fuertes, por ejemplo vuelve la muerte de mi niño, el duelo de mi hijo lo comencé durante ese trabajo. Nuevamente tuve el apoyo de quienes me decían "no te quedes pegada, vamos a seguirle mirando y trabajando.
Después vino la polémica que despertó la película, lo que me gusta porque significa que hace pensar, hablar, recordar y tomar posición sobre hechos hasta ahora mudos; pero últimamente –en el contexto del juicio a Pinochet– la volví a ver y me conmocionó mucho, fue fuerte, muy fuerte para mi.
Toda la entrevista en:
http://www.jornada.unam.mx/1999/04/05/carmen-castillo.htm
" Las mujeres vivimos de por si una especie de exilio de nosotras mismas, somos " lo otro ", sin memoria, sin historia, sin genealogía propia en una cultura hecha por y para otros... ". " Siento que el exilio obliga a las mujeres a dobles o triples procesos y la carga con dobles o triples ausencias ".
por Ximena Bedregal (México)
La escritora y cineasta chilena exilada en Francia, fue militante del MIR. El 5 de octubre de 1974 – por delación de Marcia Merino "la flaca Alejandra", militante que se convirtió en agente de la policía política (DINA) de Pinochet– cae la casa donde vivía clandestina junto a su compañero Miguel Enríquez, máximo dirigente del MIR. Miguel y otros militantes son asesinados, Carmen, embarazada, cae presa y pierde su hijo. Luego es expulsada de Chile.
Es autora de dos libros: Un día de octubre en Santiago y Punto de fuga, así como de varias películas sobre Chile y México. La más conocida es "La flaca Alejandra", donde esta mujer confiesa su participación como delatora e integrante de la DINA. La película fue premiada en 1994 con la FIPA d'or y en 1995 con la Nestor Almendros Award.
– ¿Qué te pasa cuando vas a Chile, cuando ves ese país que ya es otro, cuando ves el desafecto a "los retornados" y las bromas sobre "el exilio dorado" y tu no retorno, cuando te dicen "la francesita" como a mi "la mexicanita", además así, en diminutivo?
– Ya no tengo problema en decir "aquí no puedo vivir", yo que he sobrevivido gracias al trabajo de la memoria, no puedo vivir en un país de la amnesia general. Soy chilena, de esas chilenas de la ruptura que produjo la dictadura. Tengo derecho a pensar y actuar como esa chilena aunque no esté viviendo en Chile.
Afuera puedo seguir trabajando las memorias, las mías y las de ese país y lo hago porque hay otros que me dan la posibilidad de hacerlo con mis documentales. Mientras más hablemos y digamos lo que pasó y lo que pasa ahora, más podremos librarnos de los traumas y construir otra democracia.
Como ciudadana del mundo lo miro todo con mis experiencias de chilena, porque el exilio me llevó a entender el mundo como un territorio que nos concierne a todas/os, me voy sintiendo ciudadana del mundo sin dejar de ser chilena, lo que sucede en el mundo me concierne y tengo el derecho y la necesidad de pensarlo, opinar, intervenir. Esta es una de las líneas de vida que pude sacar del dolor del exilio.
– Las mujeres en la cultura patriarcal vivimos de por si una especie de exilio de nosotras mismas, somos "lo otro", sin memoria, sin historia, sin genealogía propia en una cultura hecha por y para otros. Los viajes son simbólicamente – y prácticamente hasta hace pocas décadas– asunto de hombres que les permite volver con mas autoridad, experiencia, enriquecidos por la aventura. Ellos tienen permiso social para romper y traspasar fronteras mientras la mujer espera en su lugar manteniendo el origen de ellos, el lugar a donde pueden volver.
- Las que salimos exiliadas, castigadas por nuestra propia posición o detrás del marido, conocimos el feminismo afuera, o sea contactamos con los instrumentos para entendernos y para integrar la fragmentación de nuestras existencias cuando ya no podíamos contactar con nuestros orígenes concretos, con muchos de esos fragmentos. En este sentido siento que el exilio obliga a las mujeres a dobles o triples procesos y la carga con dobles o triples ausencias.
– Yo creo que el exilio fue más doloroso para nosotras, un sentimiento de retroceso hasta que nos encontramos con el feminismo.
- Fueron mujeres las que a mi me ayudaron a encontrar una nueva manera de recordar, de vivir y pensar que no la teníamos antes. En ese sentido, su experiencia se ligó a mi historia. En los trabajos que he hecho posteriormente me doy cuenta que las mujeres procesamos dolores muy profundos que los hombres no logran contactar o expresar, por ejemplo durante el documental sobre la flaca Alejandra, me di cuenta que las mujeres encontraban las palabras del dolor para relacionar sus vivencias con su condición de mujer, la experiencia del exilio e incluso como se insertaron antes.
Por algo pongo en mis trabajos a las mujeres, también entrevisto a hombres pero no los pongo por que al editar los veo más abstractos, en mis películas son mujeres las que hacen la reflexión de los campos de concentración, del exilio. Ya en el exilio también veo una gran diferencia de vivir las relaciones.
Esa historia y reflexión nuestra hace falta también en Chile; cuando voy a Chile y presento mis trabajos veo la necesidad de la juventud de conocer esa otra parte de la historia, el cómo éramos, cómo vivíamos, qué sentíamos y allá mis trabajos circulan casi únicamente de mano en mano.
– La forma en que militábamos en los partidos ha sido reflexionada por el feminismo, también el modo específico en que se empleó la violencia de los torturadores hacia las mujeres. Lo que creo que no ha sido suficientemente reflexionado es el exilio de las mujeres como tal.
– La violencia ha sido relatada, sí, pero no se si tanto la militancia. Yo he hablado mucho con mujeres ex combatientes chilenas, argentinas y uruguayas sobre, por ejemplo, nuestra relación con las armas. ¿era un símbolo de poder, una prolongación fálica o había en nuestro modo de tenerlas y usarlas algo particular? El feminismo nos obligó a reflexionar cosas como estas.
– ¿Y cual es la conclusión?
– Yo no quiero idealizar porque la mujer torturadora fue la más cruel, desde el sin poder cuando accede al poder es peor que el hombre, pero también vimos que muchas de nosotras no vivíamos las armas como un símbolo de poder, nos relacionábamos con ellas como con algo indispensable para vivir, las despreciábamos como poder en sí... No eran un juguete para sentirnos poderosas.
– Tu perteneces a una línea paterna de conocidos políticos chilenos y fuiste la compañera del máximo dirigente del MIR, que muere como se entiende un héroe: traicionado, combatiendo contra los esbirros de la dictadura. ¿Qué peso ha tenido esto en tu ser mujer?
– Tuve un rechazo corporal a convertirme en la viuda de un héroe, primero porque mi relación con Miguel fue una historia de amor que nunca determinó mi rol social. Si la muerte no me había aplastado no podía permitir que me aplastara el amor.
A la militancia no me llevo un hombre sino el sentirme viva, por lo tanto mi plenitud para vivir, para combatir la muerte que traía como experiencia, no podía estar en relación a la imagen de un hombre aunque lo amara. Esto lo logré gracias al apoyo y la mirada de otras mujeres que me ayudaron a combatir al aparato, a la institución que te obliga a someterte a un cierto rol; mujeres que me decían "no te instales en algo que no eres tú" y eso fue muy difícil pero cuando dije "no", nadie pudo obligarme a más nada.
– Tu eres fundamentalmente cineasta y has contado cómo tu trabajo te ayudo a procesar los dolores del exilio, pero ¿por qué elegiste el cine, qué tiene el cine que te resultó mejor instrumento de creación y de auto re-creación?
– Primero porque le tengo un respeto paralizante a la escritura. Sólo he logrado escribir y publicar cuando ya no podía más, cuando ponerle palabras a los hechos era algo vital para superar el miedo. Ya te conté como escribí Un día de octubre en Santiago y luego el otro libro, Punto de fuga sale de lo que me produce mi primer retorno a Chile en el 87, la angustia de no reconocer nada, un relato sincero sobre lo que es enfrentar el desfase entre exilio y regreso en sólo 15 días que fue el tiempo del permiso de estadía que me dio la dictadura.
Lo de la Flaca Alejandra, era también un tema obsesivo para mí, por eso empiezo escribiendo, pero de pronto me doy cuenta que quiero filmar, con la escritura ya no podía mostrar lo que necesitaba, requería otros lenguajes. Me lancé con la inconsciencia de quien no sabe, pero a partir de ahí se creó un núcleo de complicidad entre mi creación y el cine.
La escritura requiere de una forma de soledad que no puedo. Es fácil quedarse pegada en el pasado, como una foto fija, y para quienes tenemos que mover el pasado y necesitamos una memoria en movimiento, del devenir –si no, te hundes, te aplastas– hay que poner la foto fija en movimiento para que te ayude a vivir. Hay que ponerle al relato más lenguajes, todos los que hablan dentro tuyo para seguir viviendo, para inventar, para seguir luchando.
– En este sentido ¿qué te pasó cuando hiciste el documental de la flaca Alejandra?
– Llegué a hacer esa película después de un enorme trabajo con la memoria, en el pensamiento y en la emoción. Yo logro llegar con una emoción neutra, tratando que no salgan confusiones de culpabilidades ni perdones, con el objetivo de que el espectador decidiera.
Lo que ambas teníamos en común era la relación con la muerte y yo vengo a escuchar la otra parte de esa relación, vengo a tratar de que hable de su relación con el torturador; yo ya había trabajado mucho la situación de la tortura y sabía que en ese momento podía estar junto a ella sin juzgarla.
Nos juntamos para hacer un trabajo y luego ella siguió su vida y yo la mía. Aunque logré mantener ese estado durante la edición, porque sabía bien lo que quería hacer, en ese período surgieron cosas fuertes, por ejemplo vuelve la muerte de mi niño, el duelo de mi hijo lo comencé durante ese trabajo. Nuevamente tuve el apoyo de quienes me decían "no te quedes pegada, vamos a seguirle mirando y trabajando.
Después vino la polémica que despertó la película, lo que me gusta porque significa que hace pensar, hablar, recordar y tomar posición sobre hechos hasta ahora mudos; pero últimamente –en el contexto del juicio a Pinochet– la volví a ver y me conmocionó mucho, fue fuerte, muy fuerte para mi.
Toda la entrevista en:
http://www.jornada.unam.mx/1999/04/05/carmen-castillo.htm
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