Entrevista a Rebecca Cann
Rebecca Cann - gracias a la mujer, la inteligencia evoluciona -
Ima Sanchís
Rebecca Cann fue una de las primeras científicas en estudiar la evolución humana a partir de la información proporcionada por el ADN, más concretamente por los genes mitocondriales. En 1987, el equipo de científicos dirigidos por Cann, todos ellos de la Universidad de Berkeley, publicó un informe en la prestigiosa revista Nature en que aseguraban que los humanos anatómicamente modernos tienen un origen reciente. Su trabajo de investigación se basaba en las diferencias de ADN observadas en más de cien mujeres pertenecientes a diversos grupos de población, sobre todo asiáticos, aborígenes australianos, caucásicos y africanos.
El informe de 1987 sacudió las bases de la paleontología, y generó encendidos debates a favor y en contra de la teoría de Rebecca Cann. En la actualidad, la bióloga molecular sigue desarrollando su teoría y buscando nuevas pruebas que la confirmen con la ayuda de las nuevas tecnologías.
«Decidí estudiar Antropología porque quería saber cómo heredaban los humanos sus ideas y cómo interactuaban. Pero me di cuenta de que para entenderlo necesitaba la biología, ¿había genes para el comportamiento humano?». Pregunta imposible de responder sólo desde una disciplina, así que después de estudiar Antropología decidió estudiar Biología. Veinticinco años más tarde da conferencias por todo el mundo, explicando que existen unos genes mitocondriales generadores de energía química, energía vital, que sólo se transmiten por vía femenina. Cuando una mujer tiene un hijo varón su linaje se extingue.
El campo de posibilidades que se abre para explicar de otra manera la evolución humana a partir del descubrimiento de esos genes exclusivos de la mujer, descubrimiento de Rebecca Cann, ha tenido a muchos científicos intentando demostrar que los hombres también los transmiten. Pero no. En las conferencias internacionales muchos científicos, los que permiten que esa carencia de genes les afecte, deben morderse la lengua ante las exposiciones de Rebecca. En una ocasión, un ilustre investigador del que no diré el nombre porque la señora Cann me pidió que no lo hiciera (elegante, sí), se le acercó y le dijo: «Mira, querida, no debes discutir con los científicos; eso no es femenino».
— Presénteme a mi antepasada.
— Se llama Eva Mitocondrial, era una mujer negra africana que vivió hace 180.000 años.
— ¿Y tengo algo que ver con ella?
— Unos treinta y siete genes mitocondriales.
— ¿Qué es eso?
— Todas las células que hay en el cuerpo contienen células internas generadoras de una especie de energía química, el ATP, la moneda de cambio que utiliza el cuerpo para que funcione su metabolismo. Las mitocondrias son siempre herencia materna.
— Si somos las generadoras de la energía, ¿por qué nos han tenido tan dominadas?
— Ja, ja, ja... Mi sentimiento es de poder y de capacidad. Es una herencia que mi madre me transmitió, y también la suya.
— ¿La mía?
— Sí, la suya. Lo que pasa es que hasta ahora no lo sabíamos. Además, la fuerza de la mujer es tal que también transmite esa energía vital a sus hijos varones, pero ellos no pueden transmitirla a su vez.
— ¿Y por qué la tenemos sólo las mujeres?
— Al reproducirse, las mujeres tienen en el óvulo muchas mitocondrias. El esperma masculino tiene algunas y las utiliza para poder nadar hasta llegar al óvulo. Una vez ha llegado, sus mitocondrias se destruyen y por tanto no se transmiten al bebé.
— ¿Y a qué conclusiones existenciales le ha llevado este descubrimiento?
— Entre otras cosas quiero estudiar esos genes para explorar la evolución humana y salir de todos esos sesgos que hasta ahora la han ocupado, como por ejemplo que la complejidad cerebral deviene de factores como la organización de los grupos de caza. Pocas de esas cosas son ciertas.
— Les encanta ser los reyes de la evolución.
— Yo me pregunto si no habría una manera de reconstruir la evolución humana desde una perspectiva diferente.
— Déme, déme perspectivas...
— Cuando analizamos a los humanos anatómicamente modernos, nos damos cuenta de que las diferencias que hay entre nosotros en cuanto a color de piel, ojos, pelo... son muy recientes.
— Mamá Eva era negra y energética. ¿Cómo era papá Adán?
— La perspectiva genética que emerge en la actualidad nos permite comprender que no todos nuestros antepasados han realizado grandes contribuciones genéticas y ése es el caso de papá Adán.
— Entiendo.
— A mí eso me ayuda a comprender que, hagamos lo que hagamos los humanos, somos una especie muy frágil y nos extinguiremos.
— ¡Vaya!
— Es un concepto biológico: si usted no tiene hijas es como si no hubiera existido biológicamente.
— ¿Me lo explica?
— Hace ciento ochenta mil años había otras mujeres aparte de Eva Mitocondrial; se calcula un total de población en toda África de diez mil personas. Pero de todas las mujeres sólo hay una cuyos descendientes hayan llegado hasta hoy. El linaje de todas las otras se interrumpió en algún momento porque no tuvieron descendencia femenina, por eso digo que tendemos a la extinción.
— Pero sólo biológica...
— Sí, porque la extinción humana dependerá de hasta qué punto evolucione la tecnología. Puede que de aquí a un tiempo los hombres puedan reproducirse con otros hombres y las mujeres con otras mujeres. Todo eso llevará a pensar de forma muy diferente y a hacernos cambiar conceptualmente.
— ¿Cómo ha sentado su descubrimiento entre sus colegas masculinos?
— ¡Casi me queman…! Es broma. Pero durante mucho tiempo han estado convencidos de que eran posibles situaciones en las que el esperma transmitiera mitocondrias. Lo buscaron una y otra vez sin resultados.
— El hecho de que ellos no se encontraran mitocondrias viajeras en su esperma ¿le ha causado a usted muchos problemas?
— Me he pasado diez años defendiendo mis teorías en reuniones científicas. En una ocasión se me acercó uno de los representantes del coloquio, un ilustre investigador, y de una forma muy paternalista me dijo: “Mira, querida, no debes discutir con los científicos; eso no es femenino”.
— Entonces volvamos a Eva y las consecuencias de ese descubrimiento…
— La investigación genética nos permite reconstruir el comportamiento de las mujeres. Respecto a la supervivencia y la reproducción se considera a la pareja a través de lo que llamamos la selección sexual, y se esta demostrando que las mujeres somos mucho más selectivas que los hombres.
— ¿Elegimos nosotras?
— Sí, invertimos una gran cantidad de energía en seleccionar nuestra pareja. Los hombres tienen una vida reproductiva más larga y pueden tener más hijos. Sin embargo, las mujeres son las que manejan la formación de la descendencia y los criterios de selección.
— ¿Y qué tal elegimos?
— Las mujeres y las hembras en muchas otras especies, han evolucinado de tal manera que son capaces de elegir a los mejores machos, lo que a su vez les permite tener menos hijos. Además, esto ha llevado a las mujeres a desarrollar unos comportamientos a través de los cuales engañan a los hombres.
— ¡¿Ah sí?!
— Sí. Las mujeres han aprendido a mentir. Y esto nos lleva a hablar de la evolución del engaño y de toda una serie de mecanismos que contrarrestan los engaños. En esta carrera evolutiva se fue desarrollando la inteligencia, no en la caza de grandes mamíferos como se ha defendido hasta ahora. Son las mujeres las que han conseguido que el comportamiento inteligente evolucione.
— Desarrólleme ese punto.
— Los genes tienen que seguir una serie de pautas en su desarrollo, y parece ser que las mujeres inteligentes eligen parejas inteligentes, pero eso es sólo una tendencia.
Ima Sanchís, “El don de arder. Mujeres que están cambiando el mundo”.
Etiquetas: ADN, antropología, biología evolutiva, Eva Mitocondrial, genética, mitocondrias, Rebeca Cann
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home